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lunes, 31 de diciembre de 2012

HISTORIAS DE UN PERIODISTA


HISTORIAS DE UN PERIODISTA
PERIODISMO SIN AUTOCRITICA, PERIODISMO MUERTO


Jesús Martínez Gonzales

El periodismo es, por naturaleza, un oficio vanidoso. O, si me apuran, una profesión repleta de vanidosos. Una vanidad que nos ha impedido, en la mayoría de las ocasiones, mirar con sentido autocrítico hacia dentro con el objetivo de readaptar nuestro papel en la sociedad. Hoy hemos perdido nuestro lugar en ella, no sólo por no disfrutar del tan preciado monopolio de la información con el que tan cómodos nos sentíamos, sino por la pérdida del prestigio y credibilidad imprescindibles para esa noble tarea.
Por eso, hoy más que nunca es necesaria la autocrítica. Necesaria para contemplar lo excesivamente bien valorados que nos tenemos a nosotros mismos. Hemos recibido durante años un cheque en blanco de la sociedad tan peligroso que nos hemos creído con la potestad de juzgar en el nombre de la libertad de expresión y de información. En la mayoría de las ocasiones, no contamos las historias que suceden a diario para explicarle a los ciudadanos lo que ocurre a su alrededor, sino que tratamos de decirle a éstos cómo y qué tienen que pensar. Pese a todo, no somos jueces ni un poder en sí mismo ni estamos en posesión de la verdad absoluta.
Autocrítica para desterrar de una vez un periodismo de trinchera que no hace más que agrandar la distancia entre la sociedad y los medios de comunicación. Decía hace poco la ya ex Defensora del Lector de El País, Milagros Pérez Oliva, que no hay nada más triste para el periodismo que ver cómo los ciudadanos se ven en la obligación de acudir varios medios y, a través de una media aritmética, hacerse una idea de la realidad. ¿Hasta cuándo los hechos dejarán de ser una mercancía manipulable para ser un bien sagrado?

Autocrítica para corregir esa cercanía con el poder que tanto daño nos está haciendo. En muchas ocasiones, escribimos para el político de turno, el anunciante de turno o el consejo de administración de turno. Nos olvidamos de que nos debemos a los ciudadanos y que nuestra tarea siempre tiene que tener a ellos como el horizonte. Hay que saber encontrar la distancia ideal entre el periodista y el poder o los propios hechos para estar lo suficientemente alejado como para no perder la perspectiva y lo suficientemente cerca como para poder olfatear la noticia.
Autocrítica para convencernos a nosotros mismos de que la carrera del último minuto es un arma de doble filo. Hay que valorar en su justa medida esa tendencia, pues en la mayoría de las ocasiones es preferible no llegar el primero pero contar bien la historia. La excesiva velocidad también puede matar al buen periodismo.
Autocrítica para darnos cuenta de que nos hemos olvidado de las historias inspiradoras, de superación, que sirvan de ayuda a los que realmente lo están pasando mal. Nos hemos instalado en la creencia de que hay que poner el foco exclusivamente en lo negativo que es, a la postre, lo noticioso o lo que creemos que nos dará lectores. Un craso error que nos lleva al círculo vicioso en el que nuestro trabajo pierde gran parte de la utilidad social que se le supone.
¿Quiere decir esto que se hace un mal periodismo? En absoluto. Hay mucho y muy buen periodismo todos los días y en el que también hay que poner el acento. Pero también hay mucho que mejorar y eso sólo se consigue a través de la autocrítica, de la reflexión pausada sobre nuestro papel en la sociedad y sobre lo que estamos haciendo hoy para cumplirlo.
La tormenta perfecta en lo económico pasará, pues se encontrará un modelo de negocio firme pese a las dificultades (otra cuestión será el número de bajas que acarreará). La revolución tecnológica seguirá cambiando, poco a poco, la forma de contar historias (y de consumirlas), pero acabaremos adaptándonos. Pero lo que tiene que llegar es una autocrítica con la que empezar de cero, con la que zarandear conciencias para seguir siendo útiles a la sociedad, para seguir contando, contextualizando, explicando… Sin ella, el periodismo en mayúsculas, aquel que es tan necesario en un mundo cada vez más complejo, está condenado a morir.




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