HISTORIAS
DE UN PERIODISTA
PERIODISMO
SIN AUTOCRITICA, PERIODISMO MUERTO
Jesús Martínez Gonzales
El periodismo es, por naturaleza, un oficio vanidoso. O, si me
apuran, una profesión repleta de vanidosos. Una vanidad
que nos ha impedido, en la mayoría de las ocasiones, mirar con sentido
autocrítico hacia dentro con
el objetivo de readaptar nuestro papel en la sociedad. Hoy hemos perdido
nuestro lugar en ella, no sólo por no disfrutar del tan preciado monopolio de
la información con el que tan cómodos nos sentíamos, sino por la pérdida del
prestigio y credibilidad imprescindibles para esa noble tarea.
Por eso, hoy más que nunca es necesaria la autocrítica. Necesaria
para contemplar lo excesivamente bien valorados
que nos tenemos a nosotros mismos. Hemos recibido durante años
un cheque en blanco de la sociedad tan peligroso que nos hemos creído con la
potestad de juzgar en el nombre de la libertad de expresión y de información.
En la mayoría de las ocasiones, no contamos las historias que suceden a diario
para explicarle a los ciudadanos lo que ocurre a su alrededor, sino que tratamos
de decirle a éstos cómo y qué tienen que pensar. Pese a todo,
no somos jueces ni un poder en sí mismo ni estamos en posesión de la verdad
absoluta.
Autocrítica para desterrar de una vez un periodismo de trinchera que no hace más que agrandar la distancia
entre la sociedad y los medios de comunicación. Decía hace poco la ya ex
Defensora del Lector de El País, Milagros Pérez Oliva, que no
hay nada más triste para el periodismo que ver cómo los ciudadanos se ven en la
obligación de acudir varios medios y, a través de una media aritmética, hacerse
una idea de la realidad. ¿Hasta cuándo los hechos dejarán de ser una mercancía
manipulable para ser un bien sagrado?
Autocrítica para corregir esa cercanía con
el poder que
tanto daño nos está haciendo. En muchas ocasiones, escribimos para el político
de turno, el anunciante de turno o el consejo de administración de turno. Nos
olvidamos de que nos debemos a los ciudadanos y que nuestra tarea siempre tiene
que tener a ellos como el horizonte. Hay que saber encontrar la distancia ideal
entre el periodista y el poder o los propios hechos para estar lo
suficientemente alejado como para no perder la perspectiva y lo suficientemente
cerca como para poder olfatear la noticia.
Autocrítica para convencernos a nosotros
mismos de que la carrera del último minuto es un arma de doble filo.
Hay que valorar en su justa medida esa tendencia, pues en la mayoría de las
ocasiones es preferible no llegar el primero pero contar bien la historia. La
excesiva velocidad también puede matar al buen periodismo.
Autocrítica para darnos cuenta de que nos
hemos olvidado de las historias inspiradoras, de superación,
que sirvan de ayuda a los que realmente lo están pasando mal. Nos hemos
instalado en la creencia de que hay que poner el foco exclusivamente en lo
negativo que es, a la postre, lo noticioso o lo que creemos que nos dará
lectores. Un craso error que nos lleva al círculo vicioso en el que nuestro
trabajo pierde gran parte de la utilidad social que se le supone.
¿Quiere decir esto que se hace un mal periodismo? En absoluto. Hay mucho y muy buen periodismo
todos los días y en el que también hay que poner el acento.
Pero también hay mucho que mejorar y eso sólo se consigue a través de la
autocrítica, de la reflexión pausada sobre nuestro papel en la sociedad y sobre
lo que estamos haciendo hoy para cumplirlo.
La tormenta perfecta en lo económico pasará, pues se encontrará un
modelo de negocio firme pese a las dificultades (otra cuestión será el número
de bajas que acarreará). La revolución tecnológica seguirá cambiando, poco a
poco, la forma de contar historias (y de consumirlas), pero acabaremos
adaptándonos. Pero lo que tiene que llegar es una
autocrítica con la que empezar de cero, con la que zarandear
conciencias para seguir siendo útiles a la sociedad, para seguir contando,
contextualizando, explicando… Sin ella, el periodismo en mayúsculas, aquel que
es tan necesario en un mundo cada vez más complejo, está condenado a morir.
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