PODER Y MANIPULACIÓN INFORMATIVA
Aurora Labio
A mitad de los años setenta, Herbert Schiller escribía The Mind Managers1, una obra que se adelantaba a su tiempo al analizar los mecanismos utilizados por los medios de comunicación para manipular a la opinión pública. El análisis del escritor estadounidense no puede estar más de actualidad. Treinta años después, los procesos de concentración y transnacionalización han convertido a la comunicación y la información en negocios seguros, por sus beneficios y por su capacidad de influir sobre la población mundial.
Una sociedad globalizada en términos económicos, es una sociedad uniformada en términos culturales e informativos. No es nuevo esto que decimos. De hecho, cuando en los ochenta se produzca el intento de establecer un Nuevo Orden Económico Internacional, vendrá ineludiblemente asociado a la creación también de un Nuevo Orden Mundial de la Información y la Comunicación. Se ponía así de manifiesto que la hegemonía de una elite de naciones sobre el resto no era sólo una cuestión económica, sino que estaba produciendo al mismo tiempo desigualdades en el acceso y distribución de contenidos.
Desde entonces, estas condiciones no han mejorado, sino que se han agudizado con la complacencia de un sistema que se autolegitima a través de los medios de comunicación. No es el único mecanismo utilizado. En realidad, las propias reglas de la dinámica capitalista ayudan a que los medios sean, en ocasiones, el refugio en el que descansar. En otras, facilitan la comprensión de un solo modo de ver el mundo, el único posible, que convierte en extraño al pensamiento alternativo. En ambos casos, la definición de los mensajes se encuentra perfectamente estructurada para plantear pocas dudas al sistema, fomentar su supervivencia a través del consumo y relajar las mentes sobre el cómodo diván del entretenimiento.
En esta tarea, resulta especialmente interesante el análisis de la capa superficial de los contenidos, empeñados en demostrar valores como libertad, pluralismo e independencia. Ya hemos advertido en otros estudios que los propios medios alaban las bondades del sistema. Hablan así de la prensa como el cuarto poder, rechazan que exista cualquier posibilidad de censura en las democracias actuales y venden el espejismo de unas sociedades en libertad.
Analizando esto que decimos en el caso de Estados Unidos, Schiller advertía en la citada obra sobre la existencia de hasta cinco mitos en la estructura de los contenidos. Aunque coincidimos con el autor norteamericano, echamos en falta en su análisis el establecimiento de relaciones entre dichos mitos, cuya última intención se entiende sólo a partir de su interdependencia.
Una reinterpretación de los mitos de Schiller
Schiller comienza haciendo referencia a la exaltación del individualismo, bajo cuyos preceptos se fomenta la propiedad privada como culminación del bienestar humano. Ello, sin embargo, requerirá de un contexto adecuado, imperturbable, que permita asumir esta realidad sin que aparezcan dudas. Es así como aparece el segundo mito, la neutralidad, a la que nos hemos referido más arriba cuando hablábamos de la apariencia de un sistema ideal que niega la manipulación como forma de control social. Es decir, el individuo puede vivir tranquilo acumulando bienes como el resto de sus semejantes y con la seguridad de estar protegido por un modelo de estado neutral en todas sus ramificaciones. Precisamente, en este contexto cobra sentido otro de los mitos, el del pluralismo de los medios, garantes de la conformación de una opinión pública bien formada. La creencia de que la cantidad de canales y la abundancia de información aseguran la diversidad y el pensamiento alternativo se configura como uno de los ejes más determinantes de la manipulación. Los ciudadanos confían en los medios, a los que tradicional y teóricamente, se les han otorgado los valores sobre los que se asientan las democracias actuales. La discrepancia otorga además el valor definitivo de pluralidad, aunque se trate sólo del disfraz de un verdadero elemento herético. Si este último apareciera, el sistema realmente terminaría por expulsarlo o engullirlo.
A estos mitos se le unen dos más, opuestos y complementarios a la vez: el que se refiere a la ausencia de análisis sobre los conflictos sociales y el que apela a las emociones humanas que justifican la demanda de un tipo concreto de mensajes. De esta forma, se evitará poner el acento en profundizar sobre las desigualdades existentes. A cambio, se procederá a sustituir estos contenidos por caudales informativos banales que, al fin y al cabo responden a las exigencias y peticiones del público.
La interrelación de estos mecanismos en la estructura del mensaje asegura el orden y la incapacidad de reacción. Es el triunfo del sistema sobre el individuo, relegado a su papel de productor y consumidor de bienes, plegado a los intereses del deber y tener antes que a los del querer y ser. Sobre esta cuestión ha escrito Armand Mattelart:
En nombre de los imperativos categóricos del planeta tecno-financiero, arquetipo de las redes emancipadas de las fronteras históricas y de las culturas diferentes, la utopía neoliberal le ha fijado al devenir del globo un horizonte insuperable, de que ha sido proscrito el ideal de igualdad y justicia, donde la matriz utopiaza se ha inspirado durante mucho tiempo. Nada de grandes tema, grandes conflictos, sino soluciones técnicas, una ‘gestión gerencial desembarazada de preocupaciones de hegemonía política’, según el vocabulario puesto en circulación por las grandes agencias mundiales de intermediarios. Nada de grandes relatos de liberación, sino fragmentos tecnoutópicos de mirada miope. Con la desaparición de la guerra fría y del equilibrio del terror, las sociedades humanas habrían alcanzado el `punto final de la evolución ideológica del hombre’. Por consiguiente, ninguna necesidad para los ciudadanos ascendidos a consumidores/públicos soberanos de resistir al orden establecido, sino la obligación neodarwiniana de adaptarse al nuevo entorno competencial del librecambismo mundial. No ya sólo la survival of the fittest, la supervivencia de los más aptos, sino la survival of the fastest, la de los más veloces. (...) Sólo está legitimada la ‘república mercantil universal’ en su versión remozada: la global democratic marketplace2.
No resulta así inocente la emanación de unos mensajes informativos por parte de unos medios de comunicación que han perdido (si es que alguna vez lo tuvieron) su carácter independiente, para pasar a formar parte de corporaciones conectadas directamente con intereses económicos y políticos. De esta forma, la globalización, en términos informativos, nos hace que hablemos del poder mediático, entendido éste como una ramificación más del poder político-económico en el mundo.
Siguiendo a Ramón Reig, “toda estructura de Poder precisa de un discurso, de unos mensajes que la consoliden”3. Evidentemente, estos contenidos fomentarán la legitimidad del Sistema, no sólo a través de la publicidad que incita al consumo, sino también a través de informaciones homogéneas donde es imposible la réplica. No ha de confundir el receptor, en este sentido, las diferencias líneas ideológicas de los medios –marcadas en muchas ocasiones por la necesidad de cubrir cuotas de mercado- con el mensaje unánime que alaba las bondades de la Economía de Mercado.
La mercantilización de los medios es tal que los contenidos se intoxican para lograr la venta del producto informativo. La espectacularidad como característica indispensable está presente en la mayoría de las parrillas televisivas de todos los países. Tampoco la prensa denominada más seria ha podido huir de la tabloidización de sus contenidos, que paulatinamente van dando prioridad a temas más ligeros y que cumplan de forma fundamental la función de entretener.
Además, incluso algunas informaciones encierran una publicidad encubierta basada en los intereses empresariales de la compañía a la que pertenece el medio. Es el caso de la promoción de ciertos escritores, que publican en la editora del Grupo, o de ciertos cineastas que reciben el respaldo de su filial audiovisual. Es la muerte definitiva del Cuarto Poder y el descubrimiento de una nueva forma de hacer periodismo, sometido a las leyes del mercado y a sus formas de manipulación.
Grupos, poder y manipulación
En la actualidad, el panorama mediático nos muestra una maraña de empresas de la comunicación al servicio de un mismo interés: el sistema de economía de mercado. Por eso, aunque podamos descubrir tendencias políticas en muchos medios de comunicación, mantenemos la tesis de que la verdadera ideología dominante en dichos medios se alinea con las bases sobre las que se asienta el capitalismo.
Si queremos entender todo esto en sentido práctico, sólo tendremos que detenernos en el estudio que la propia realidad periodística nos muestra a diario. Nos referimos, de manera concreta, a la cantidad de noticias de las que se hacen eco los propios medios de comunicación y que constituyen la mejor prueba de las complejas relaciones que se establecen en la estructura informativa. Descubrimos así la imposibilidad de entender los medios como empresas aisladas que asumen su función pública como tarea prioritaria. Más allá de esto, los intereses y las relaciones entre las grandes corporaciones del sector, y de otras industrias, se nos revelan como elementos claves para comprender el sometimiento informativo a la ideología neoliberal.
Podemos comprobar esto a través de un ejemplo en el que aplicaremos consideraciones de metodología estructuralista. En junio de este 2002, saltaba la noticia de que Rupert Murdoch, magnate de la comunicación tras el que se encuentra el grupo News Corporation, compraba la plataforma digital italiana Stream al grupo Vivendi. Meses antes, atendiendo a otra noticia, nos enterábamos de que Fox News, también de News Corporation, superaba en audiencia a la cadena norteamericana CNN, del conglomerado America On Line-Time Warner.
El análisis de esta información nos lleva a establecer una serie de vínculos a partir de los cuales podemos llegar hasta otros sectores, corporaciones, medios y países. Por ejemplo, Vivendi es, además de un grupo comunicativo, una empresa dedicada al suministro de agua. Además, dentro de la información, llega hasta España gracias a Canal Plus, donde curiosamente existe el canal CNN Plus, derivación española del canal estadounidense que, como hemos visto, está en manos de AOL-Time Warner. Y desde CNN Plus llegamos hasta el grupo Prisa, grupo español que, por ejemplo, también tiene intereses en México, donde llega con Santillana, El País Internacional y Radiópolis.
La lectura de estos datos abre el camino a la comprensión de cómo son sólo unas pocas las corporaciones las que dominan el mercado de los medios globales Esto tiene unas consecuencias directas, desde el momento que son estas compañías las catalizadoras de unos mensajes predeterminados y configurados con fines propagandísticos para el mantenimiento de esa estructura de poder, de la que emanan y a la que se deben para su supervivencia.
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